Es un toque de atención, una alerta de que no existen rivales débiles. Aunque siempre haya vendido lo contrario, en el último año, con la complicidad de un presidente del CSD del que ya empieza a decirse aquello de «ni una mala palabra, ni una buena obra», desde que Rubiales llegó a la presidencia de la RFEF ha hecho todo lo posible para impedir el crecimiento del fútbol femenino.